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El Sacerdote que soñó al Doctor de la Iglesia

By 27 enero, 2021No Comments

En recuerdo de D. Cristóbal Gómez Garrido

Recordamos en estos días el aniversario de la muerte (27-01-2012)  del sacerdote D. Cristóbal Gómez Garrido.

Dentro de las grandes listas de personas que han estudiado a san Juan de Ávila, que han publicado sobre él, que lo han dado a conocer, bien podríamos incluir también y además de forma especial a este venerado sacerdote. No realizó ningún doctorado, no publicó ningún libro, pero sin embargo su vida y también su ministerio sacerdotal han estado íntimamente ligados a la figura del santo doctor.

Era un hombre de trazas serias pero con sentido del humor, afable en el trato y muy bondadoso. Siempre cercano y disponible. Hombre de profunda piedad, pero que por circunstancias de la vida no pudo ser ordenado sacerdote hasta una avanzada edad. Uno de los tesoros que su corazón encerraba era precisamente el ser un buen amigo de san Juan de Ávila. El Señor quiso fraguar esta amistad tan especial siendo él aún muy joven. Cuando los padres de la Compañía de Jesús regresan a Montilla en el año 1946 desean que la casa del santo maestro se convierta en lugar de visita, de oración, de encuentro. Y para la misión de custodiar y cuidar esta casa encontraron la ayuda inestimable de este joven que con entusiasmo y asombro se acercaba a la figura de este gigante de la santidad: san Juan de Ávila.

Desde ese momento la vida de D. Cristóbal ya fue inseparable de la de san Juan de Ávila. Trabajó incansablemente en esa casa para que como él decía: “quien entre en ella como turista, salga de ella como peregrino”. Colaboró con los jesuitas y por supuesto con la diócesis de Córdoba en todo el proceso de canonización del santo maestro. Como dato curioso, la urna que hoy contemplamos en Montilla fue diseñada por él, pieza por pieza en una noche, para que estuviera lista el día de su canonización. Regó con su sudor y en muchos momentos también con lágrimas cada rincón de esa bendita casa donde vivió y murió el apóstol de Andalucía.

Esta casa tan querida por él fue también “su seminario”. Alentado por el P. Juan Valdés, jesuita amigo suyo y por los obispos de la diócesis (D. José María Cirarda primero y D. José Antonio Infantes después) se preparó para la ordenación sacerdotal.  Ante la imposibilidad de desplazarse al Seminario realizó sus estudios de teología en la casa del santo maestro. Fueron prácticamente diez años de estudio, oración y discernimiento que alternaba con el trabajo diario. Finalmente fue ordenado sacerdote y desempeñó su ministerio sacerdotal en diversos pueblos de la diócesis pero siempre unido a san Juan de Ávila, su amigo inseparable.

En los últimos años de su vida fue nombrado adscrito a la Basílica de san Juan de Ávila de Montilla. Su consejo, su saber estar, su sabiduría no sólo nacida de la lectura y la reflexión sino también de la experiencia y el amor fueron siempre faro luminoso para los que convivimos con él largos años.

Conocía y amaba a san Juan de Ávila. Quien lo escuchaba y visitaba la casa de su mano nunca quedaba indiferente. Contagiaba un gran entusiasmo por san Juan de Ávila. Soñaba con verlo hecho doctor de la Iglesia universal. En este mundo se enteró de la noticia pero en la otra vida, en la vida que importa, disfrutó de esta gran fiesta.

La enfermedad y el sufrimiento le visitaron en los últimos años de su vida. Pero nunca perdió su amor a Jesucristo, su esperanza en María y su amistad profunda con san Juan de Ávila. Repitió frases del santo hasta el último aliento de vida, donde podíamos descubrir que su conocimiento no sólo era futo de una lectura o estudio “de cabeza” sino que había metido dentro de sí al mismo santo doctor. Eran amigos, y esto nos lo transmitió a los que estábamos a su alrededor.

Si se me permite la licencia, debo decir que en gran parte gracias a él yo también soy amigo del santo maestro. El me lo fue presentando poco a poco cuando con apenas 10 años comencé a visitar su casa. Desde niño pasaba horas con él hablando de las cosas de Dios en las que ineludiblemente salía san Juan de Ávila a relucir siempre. Me animó y acompañó en  mi proceso de formación sacerdotal. Y por designios de la providencia divina al ser yo destinado a la Basílica de san Juan de Ávila en Montilla compartimos juntos el ministerio sacerdotal, al amparo de nuestro amigo san Juan de Ávila. Dios me concedió estar junto a él hasta el momento de su muerte. Y el último nombre que le escuché pronunciar fue el de san Juan de Ávila.

Hoy recordando su vida y testimonio doy infinitas gracias a Dios, y tomo conciencia de que somos niños en hombros de gigantes.

Si hiciéramos una lista de los grandes avilista del mundo, sin duda yo añadiría a D. Cristóbal Gómez Garrido. Sirvan estas sencillas letras como homenaje al que consiguió que para mí y para muchos, al acercarnos a la figura de san Juan de Ávila como turistas, saliéramos como peregrinos. Que al acercarnos al santo maestro como curiosos nos convirtiéramos para siempre en sus amigos.

¡Dios sea bendito!

Carlos Jesús Gallardo Panadero.