En Montilla, San Juan de Ávila también da nombre a un comedor social ligado a la Cáritas parroquial de Santiago Apóstol desde hace seis años. Una muestra más de la rotunda predilección del santo Maestro por los más necesitados de nuestra sociedad. Cuatro siglos después de su muerte en Montilla, la Iglesia diocesana sigue tendiendo puentes y llenando manos de alimentos, como expresión de caridad y justicia.
La comunidad franciscana del Rebaño de María, con la Hermana Manoli al frente, puso en marcha este catorce de septiembre, el día de la Exaltación de la Santa Cruz, y desde entonces “con mucha alegría compartimos lo que tenemos”. En este comedor, cada día se sirven comida para 50 personas y “cada día viene una persona nueva” explica la hermana Manoli que proclama y celebra la ayuda de la Providencia a cada momento, plasmando su acción en las rutinas que surgen a diario. Cada día hay que proveer el almacén y la llegada de alimentos no siempre sucede sin pausas, aun así, “cuando no nos queda fruta, alguien nos llama y nos envía diez cajas de plátano que ya está repartidas”. Es así como la ayuda providente de Dios se hace presente desde primera horas cuando un grupo de voluntarias más jóvenes de lo habitual comienzan con el cocinado y la elaboración de los menús. A las once y media las familias vienen a recoger la comida y para esa hora, voluntarias y religiosas, quieren ofrecer su humanidad y recibir regalos como los de niños que les confiesan lo “mucho que les gusta nuestra comida”, celebra la hermana Manoli.
El trabajo al frente de la cocina ha cambiado ostensiblemente desde que comenzó la pandemia. En principio, comenzaron a servirse bocadillos hasta que se entendió que había que regresar al plato de comida caliente a pesar de las limitaciones que imponía el confinamiento, que recluía en sus casas a las voluntarias más vulnerables. La decisión y la capacidad de trabajo de mujeres más jóvenes obraron el cambio: comenzaron a trabajar a las ocho y media para que a las once de la mañana estuviese listo el menú y poder envasarlo en recipientes de un solo uso. Para eso había que adelantar la tarea porque en poco tiempo casi se ha duplicado la necesidad de atención.
El resultado ha merecido la pena y ha acercado a voluntarios y usuarios de este comedor en un lazo afectuoso, comprensivo y cargado de esperanza. Ahora, las familias recogen a las once y media las raciones de comida que necesita en casa y “una buena ración de fruta”. Hay detalles en este lugar que unen en pequeños detalles, momentos de fraternidad y ternura verdadera. Es el caso de café que cada día la hermana Manoli reserva a un hombre de avanzada edad después de que este le dijera lo mucho que echaba de menos esta bebida. Este intercambio ha fortalecido la relación entre todos en medio de tantas dificultades, porque por este comedor de San Juan de Ávila en Montilla pasan cada día personas que no tenían empleo y otros que lo han perdido durante la crisis desatada por el covid-19. A todos se les recibe con el alimento y también con la acogida que merecen, porque “la Providencia está grande con nosotros” en esa grandeza, la hermana Manoli distingue con esmero a los pobres, los preferidos del Señor.