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Messor Eram

La virtudes de San Juan de Ávila

By 4 junio, 2020junio 16th, 2020No Comments

La virtudes de San Juan de Ávila

Carlos Jesús Gallardo Panadero

Retiro para los Sacerdotes 4 de Junio 2020

Carlos Jesús Gallardo Panadero

Fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote

 

Si nos detenemos a contemplar la vida de san Juan de Ávila, podemos extraer sus virtudes más destacadas. Las virtudes que deben también aparecer en toda vida sacerdotal. En este día de retiro podemos por una parte examinarnos sobre nuestra vida a la luz del santo maestro Ávila y al mismo tiempo disponernos con la gracia del Señor a crecer en entrega y generosidad para con el Señor y los fieles que Dios nos encomienda en nuestra misión sacerdotal.

Vamos a destacar algunas virtudes de la vida del santo intercalando además textos suyos que nos puedan ayudar a la reflexión personal. Contamos con el ejemplo y por supuesto la intercesión de nuestro patrono.

  • Comenzamos por la oración, la vida de oración de nuestro santo. San Juan de Ávila, dedicaba dos horas por la mañana, y dos horas por la noche a la oración. Cuando enfermaba, solía aumentar los ratos de oración. Decía que los sacerdotes deben llorar por los hijos espirituales muertos, como la viuda de Naím. Se debe ir a la oración más para oír que para hablar. Así lo enseñaba él con su ejemplo, pues vivía de oración. “El sacerdote debe saber orar por su triple ministerio: mediador, predicador y maestro de oración y vida interior”. Comprende el santo que la tarea ministerial dará fruto si brota de una profunda vida de oración. Así lo aconseja a un sacerdote:

«Cuanto a lo del ánima, le encomiendo que de tal manera aproveche a otros, que nunca pierda su oración mental y recogimiento; y en esto mire muy mucho, porque he visto algunos que han dado cuanto tenían, y quedáronse pobres para sí y para otros. Suelen, padre, decir que «de ello con de ello»; y en la limosna temporal dice San Pablo: No que haya de haber para otros holgura, para vosotros estrechez, sino por igual (2 Cor 8,13). Más dura y más aprovecha lo que va más poco a poco, y más imprime una palabra después de haber estado en oración que diez sin ella. No en mucho hablar, más en devotamente orar y bien obrar está el aprovechamiento»[1].

  • La Santa misa era el centro de su vida sacerdotal y el centro de su evangelización. La celebraba pausadamente, con lágrimas en los ojos “trátelo bien que es Hijo de Buen Padre”, decía a un sacerdote en el convento de Santa Clara de Montilla cuando celebraba la Eucaristía con cierta ligereza. Fue gran propagador de la comunión frecuente, y basándose en los Padres de la Iglesia enseñó el valor de la comunión espiritual. Prefería la presencia real de Cristo en la Eucaristía que la visita a los Santos Lugares.

A un sacerdote que le pedía consejo para celebrar con dignidad la Eucaristía el santo le responde con esta preciosa reflexión que a nosotros, sacerdotes nos puede ayudar a vivir en profundidad el sacramento del amor:

«Junte vuestra merced a esta consideración, de quién es el que al altar viene, el por qué viene, y verá una semejanza del amor de la encarnación, del nacimiento, de la vida y de su muerte, que le renueve lo pasado. Y si entrare en lo íntimo del Corazón del Señor y le enseñare que la causa de su venida es un amor impaciente, violento, que no consiente al que ama estar ausente de su amado, desfallecerá su ánima en tal consideración. Mucho se mueve el ánima considerando: «A Dios tengo aquí»; más cuando considera que del grande amor que nos tiene —como desposado que no puede estar sin ver y hablar a su esposa ni un solo día— viene a nosotros, querría el hombre que lo siente tener mil corazones para responder a tal amor, y dice como San Agustín: “Señor, ¿qué soy yo para ti, cuando me mandas que te ame? ¿Qué soy yo?”  ¡Y tanto deseo tienes de verme y abrazarme, que, estando en el cielo con los que tan bien te saben servir y amar, vienes a este que sabe muy bien ofenderte y muy mal servirte! ¡Que no te puedes, Señor, hallar sin mí! ¡Que mi amor te trae! ¡Oh, bendito seas, que, siendo quien eres, pusiste tu amor en un tal como yo! Y que vengas aquí con tu Real Presencia y te pongas en mis manos, como quien dice: “Yo morí por ti una vez y vengo a ti para que sepas que no estoy arrepentido de ello; más si me has menester, moriré por ti otra vez”»[2].

  • Su virtud principal era la de la caridad. Su caridad nacía del amor entrañable que tenía a la Humanidad de Cristo “el Verbo Encarnado fue juntamente libro y maestro”. Su amor al prójimo fue la expresión del ministerio sacerdotal. Sentía los problemas de los demás como propios. Se preocupaba de la educación cristiana, humana integral, preocupación por los problemas sociales, la reforma del estado seglar y clerical. Es el amor lo que nos hace semejantes al mismo Dios. Así lo expresa en un sermón:

«De manera que, si no amamos, desemejables estamos a Él, tenemos ajeno rostro, no le parecemos, somos pobres, desnudos, ciegos, sordos y mudos y muertos; porque sólo el amor es el que aviva todas las cosas, y él es el que es cura espiritual de nuestra ánima, sin el cual está ella tal cual está el cuerpo sin ella. Amemos, pues, señor mío, y viviremos; amemos, y seremos semejables a Dios, y heriremos a Dios que con sólo amor es herido; amemos, y será nuestro Dios, porque sólo el amor le posee; amemos y serán nuestras todas las cosas, pues que todas nos servirán, según es escripto: [Los] que aman a Dios en todas las cosas tienen buen fin (cf. Rom 8,28). Si este amor nos aplace, pongamos la segur de la diligencia a la raíz de nuestro amor proprio y hagamos caer a este nuestro enemigo en tierra»[3].

  • Buscad primero el Reino de Dios…” era su frase favorita, y decía que nunca le había faltado de nada. Vestía limpia y pobremente. Fue obrero sin estipendio. Renunció a prebendas y lujos de todo tipo. El motivo que le empujaba a ser pobre, no era principalmente el encontrarse más libre, sino el amor a Cristo. Su humildad le ayudó a ser un verdadero reformador. La pobreza que vivió el santo maestro y la que tiene que tener el sacerdote es por imitación y configuración con Cristo. No es la pobreza por la pobreza, sino ser “semejante a Jesucristo”. Así lo expresa en un sermón:

« ¿Cómo contempláis la blandura de Dios, si sois áspero y duro para vuestros prójimos? ¿Cómo contempláis a Jesucristo nacido en Betlem en un portal tan pobre, etc., si no tenéis paciencia para sufrir vuestra pobreza y las necesidades que se os ofrecen, y si deseáis en vuestro corazón ser rico? Grandes, pues, son los efectos de esta obra de Dios. No sin causa vino Dios pobre, podiendo venir rico; vino pequeño, podiendo venir grande, etc»[4].

  • Sabía sufrir pacientemente las injurias y las enfermedades “Señor más mal, y más paciencia”. Tenía un gran celo por la extensión del Reino. Quería reconquistar las esposas de Cristo (las almas). Su predicación iba acompañada siempre del catecismo a los niños. Trabajaba siempre para la gloria de Dios, no buscándose a sí mismo. Así lo expresa en un sermón:

«Mira más Nuestro Señor al amor con que das, aquella dificultad que hallas en hacer alguna cosa y el trabajo que pones en lo cumplir y obedecer a Nuestro Señor, aquella ansia que tienes por cumplir lo que te manda, aquel celo de la honra de Dios que le deseas dar, aquello es lo que Dios mira, que no al otro que sin amor ni vivez, como de costumbre, lo hace, sin más sentimiento, como si no hiciese nada; aquello no es tan accepto al Señor ni lo paga tan en abundancia. Los prosteros que vinieron a trabajar debieron de arrepentirse, porque vinieron tarde a la viña del Señor, y dolerse hían por lo poco que trabajaron, y lo que trabajaron debió ser con gran ansia y con deseo que no se les acabara el día para trabajar más, y no mirar a lo que el Señor les había de dar, sino a hacer su hacienda y contentar a su Señor»[5].

  • La penitencia la practicaba continuamente principalmente la noche del jueves al viernes, que solía pasar en oración. Pedía siempre comidas ordinarias. No admitía que murmurasen de nadie. La penitencia para el santo es entendida como una disposición para recibir al Espíritu Santo:

«Si miras a ti, razón tienes por cierto que no querrá venir el Espíritu Santo; ¿pero sabes qué has de hacer? Poner en medio de ti y de El a Jesucristo y a sus merecimientos; y viendo el Espíritu Santo lo que Jesucristo pasó por ti, por amor de Él, luego vendrá. Después que uno se desconsoló porque tú te consolases, después que uno se entristeció porque tú te alegrases, después que uno sufrió cansancio porque tú descansases, después que uno murió porque tú vivieses, no tienes que temer, si sabes llorar tus pecados y hacer digna penitencia. ¡Bendito sea Jesucristo, y los ángeles lo bendigan! Amén»[6].

  • La castidad la veía en relación con el sacerdocio, en especial con la celebración de la Eucaristía. Insiste en poner los ojos y el corazón en el Señor evitando así las compensaciones que nos ofrece el mundo que marchitan la vida sacerdotal. Así lo aconseja a los sacerdotes de Córdoba en esa famosa plática que él no pudo predicar por enfermedad pero que sin embargo preparó con esmero teniendo como telón de fondo lo que conocemos como el “tratado sobre el sacerdocio”:

«¿Cómo, Dios mío, emplearé mis ojos en mirar nuevamente faz de mujer ni otra cosa que sea indecente, pues se emplean en mirarte a ti, que eres limpieza y hermosura infinita? Con mucha razón, por cierto, mandaste tú que todos los tuyos se saquen el ojo que les escandaliza (Mt 5,29); y con mucha más razón nosotros nos los debemos sacar. Quiere decir que los mortifiquemos, por el acatamiento que se debe a la vista de su sagrada persona. La lengua del sacerdote llave es con que se cierra el infierno y se abre el cielo, y se abren las conciencias, y consagra a Dios. Si quisiéremos, padres, pecar con la lengua, pidamos otra lengua prestada; que esta con la cual consagramos a Dios y hacemos tan admirables efectos, en ninguna manera se sufre emplearla en servir al demonio con ella»[7].

  • La devoción a María la expresa continuamente, y la aconseja a todo el mundo. Es un amante de Nuestra Señora. La veneraba con especial cariño en su casa de Montilla. Llega a comparar a los sacerdotes con Ella mostrando así su amor grande al sacerdocio y al mismo tiempo a María. Encuentra en la Madre de Dios, una madre que cura y sana al herido por el pecado. Una Madre de consuelo y de esperanza. Una Madre enfermera del Hospital de la Misericordia de Dios. Así lo expresa en un sermón: 

«Ni hay virtud que vos no enseñéis ni trabajo en que no los consoléis y esforcéis, porque fuiste vos la más santa de las santas y la más trabajada de todas. Vos sois puesta para medio de nuestro remedio delante del acatamiento de Dios; en vuestras manos, Señora, ponemos nuestras heridas para que las curéis, pues sois enfermera del hospital de la misericordia de Dios, donde los llagados se curan. Y aunque tenemos gran confusión y vergüenza de presentar delante de tanta limpieza la hediondez de nuestras abominables llagas, creemos que os dotó Dios de tanta misericordia, que vuestra limpieza y pureza no se desdeña ni alanza de sí a los pecadores llagados, más que cuanto es mayor su necesidad, tanto más vuestra misericordia os mueve a su remedio, conformándoos con vuestro Hijo bendito, que no vino a llamar justos, sino a pecadores a penitencia (cf. Mt 9,13).

  • Destacó por su prudencia, consejo y discreción. Conocía sus propios defectos. Todo esto le ayudó a ser verdadero padre de muchas almas que en él encontraba luz de Dios, amor, comprensión y exigencia para vivir con radicalidad el Evangelio. Define en sus cartas como debe ser el padre espiritual, el sacerdote que atiende a las almas:

«Teniendo, pues, el espíritu de su Hijo para con Dios, con el cual clamamus: Abba! (Pater) (Rom 8,15); teniendo en nuestras entrañas reverencia, confianza y amor puro para con Dios, como un hijo fiel para con su padre; resta pedirle el espíritu de padre para con sus hijos que hubiéremos de engendrar. Porque no basta para un buen padre engendrar él y dar la carga de educación a otro; mas con perseverante amor sufrir todos los trabajos que en criarlos se pasan, hasta verlos presentados en las manos de Dios, sacándolos de este lugar de peligro, como el padre suele tener gran cuidado del bien de la hija hasta que la ve casada. Y este cuidado tan perseverante es una particular dádiva de Dios y una expresa imagen del paternal y cuidadoso amor que nos tiene. De arte que yo no sé libro, ni palabra, ni pintura, ni semejanza que así lleve al conocimiento del amor de Dios con los  hombres como este cuidadoso y fuerte amor que Él pone en un hijo suyo con otros hombres, por extraños que sean; y ¡qué digo extraños!; ámalos aunque sea desamado; búscales la vida, aunque ellos le busquen la muerte; y ámalos más fuertemente en el bien que ningún hombre, por obstinado y endurecido que estuviese con otros, los des-  ama en el mal. Más fuerte es Dios que el pecado; y por eso mayor amor pone a los espirituales padres que el pecado puede poner desamor a los hijos malos. Y de aquí es también que amamos más a lo que por el Evangelio engendramos que a los que naturaleza y carne engendra, porque es más fuerte que ella, y la gracia que la carne»[8].

  • La clave fundamental de la santidad del Maestro Ávila fue el saber tender continuamente hacia el amor, y que no le atraían propiamente las virtudes en sí mismas, sino el misterio de Cristo vivido y predicado. Estar profundamente enamorado de Cristo es el único y verdadero secreto de la santidad cristiana y por supuesto de la santidad sacerdotal. Para concluir esta sencilla reflexión presentamos un texto del santo maestro sobre el amor apasionado por Cristo que se manifiesta en su famoso “Tratado del amor de Dios”. Con estas palabras pedimos al Señor que nos enamoremos todos y cada uno de nosotros de este Jesús crucificado que por nosotros ha dado su vida y nos mueve e invita a más amor:

«No solamente la cruz, más la mesma figura que en ella tienes, nos llama dulcemente a amor; la cabeza tienes inclinada, para oírnos y darnos besos de paz, con la cual convidas a los culpados, siendo tú el ofendido; los brazos tendidos, para abrazarnos; las manos agujereadas, para darnos tus bienes; el costado abierto, para recebirnos en tus entrañas; los pies enclavados, para esperarnos y para nunca te poder apartar de nosotros. De manera que mirándote, Señor, todo me convida a amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas de tu cuerpo; y, sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y que nunca te olvide de mi corazón. Pues ¿cómo me olvidaré de ti? Si de ti me olvidare, ¡oh buen Jesús!, sea echado en olvido de mi diestra; pegúese mi lengua a los paladares si no me acordare de ti y si no te pusiere por principio de mis alegrías (Sal 136,5-6)»[9].

[1] Carta 4, O.C. IV, 30.

[2] Carta 6, O.C. IV, 44.

[3] Carta 74, OC IV, 319.

[4] Sermón 3, O.C. III, 50.

[5] Sermón 8, O.C. III, 15.

[6] Sermón 27, O.C. III, 331-332.

[7] Plática I a los sacerdotes de Córdoba, O.C. I, 789.

[8] Carta 1, O.C. IV, 7.

[9] Tratado del amor de Dios, n 11, OC I, 970-971.