COMENTARIO A LA CARTA 58 DE SAN JUAN DE ÁVILA (III Parte)
Por Carlos Gallardo
Después de esta preciosa oración a Jesucristo nacida del corazón enamorado del santo maestro Ávila, vuelve a dirigirse a sus discípulos y amigos de forma directa:
«Olvidado me había, amados hermanos, de lo que comenzado había a hablaros, rogándoos y amonestándoos de parte de Cristo que no os turbéis ni os maravilléis, como de cosa no usada o extraña de los siervos de Dios, con las persecuciones o sombra de ellas que nos han venido. Porque esto no ha sido sino una prueba o examen de la lección que cinco o seis años ha que leemos diciendo: “¡Padecer! ¡Padecer por amor de Cristo!”»[1].
San Juan de Ávila presenta a sus discípulos la realidad de lo que significa ser predicador de Jesucristo. El predicador, el apóstol del Señor, debe vivir como vivió Él y por eso debe configurarse con el misterio de la cruz del Señor. Quien predica a Cristo debe saber que la cruz estará presente en su vida y será el verdadero examen que certifique que su predicación es verdadera. Recuerda a los predicadores la necesidad de orar y estudiar, pues nunca deben predicar sin estudio y el recogimiento pertinente[2].
Considera el santo que la misión del predicador es hacer presente a Cristo y por ello debe vivir su misma vida y debe padecer lo que Él padeció. Así lo transmitió en la Carta 4:
« No tiene Dios negocio que más le importe que el de las ánimas; y por ellas lo crió todo, y Él mismo se hizo hombre, para en la carne que tomó, poder comunicarse con los hombres. Gran dignidad es traer oficio en que se ejercitó el mismo Dios, ser vicario de tal Predicador, al cual es razón de imitar en la vida como en la palabra»[3].
Es por lo que considera la cruz “una prueba o examen” de la lección que se ha predicado. Así lo vivió el apóstol de Andalucía en su propia carne y en este momento de cautiverio lo quiere transmitir a sus amigos y discípulos. Pero este padecer no debe nunca nublar la esperanza ni hacer decaer la confianza pues Cristo permanece siempre y con Él y en Él se vive este padecer.
Es evidente la centralidad de Cristo crucificado en el pensamiento y la espiritualidad del Maestro Ávila. Debe ser el centro de la predicación porque Cristo crucificado tiene que estar grabado en nuestros corazones[4]. Pero no contempla a un Cristo muerto, sino a un Cristo crucificado que viene a dar la vida y a darnos vida. Como buen predicador y conocedor de la Sagrada Escritura, presenta en sus sermones, cartas y demás escritos figuras bíblicas de la cruz que el santo interpreta como prefiguraciones de la cruz. Por ejemplo ve como prefiguración de la cruz el árbol del paraíso, la tienda de Noé, el arco iris, el asador del cordero pascual, el madero de mará, el palo de la serpiente de metal, el hisopo de las purificaciones, las cuatro columnas del velo del Templo, el arca de la alianza, el cayado del pastor David y también el arpa de David[5]. Todas estas imágenes manifiestan como la cruz es fuente que engendra vida.
Es de notar aquí de nuevo esa espiritualidad del misterio pascual, pues trata con Cristo crucificado-resucitado. Y es que “son las dos caras de un único acontecimiento”. La cruz y la resurrección constituyen conjuntamente la única Pascua del Señor”[6]. Desde esta perspectiva se comprende la devoción eucarística de nuestro santo maestro. Es en la eucaristía donde se actualiza el misterio pascual y más que el dolor de la pasión o de las llagas, lo que desborda es el amor que revelan y el fruto de vida y salvación que de ahí fluyen hacia la humanidad[7].
Para el santo maestro, la Eucaristía brota, nace del fuego de amor del Corazón de Cristo. Es tanto lo que ardía que tenía que prender al mundo y lo hace dejando su presencia entre nosotros. Esta idea la encontramos por ejemplo en el Sermón 49:
«¡Oh, bendita sea tu misericordia, bendito sea el abismo de tu ánima!, que cuando Abraham estaba a la puerta de su casa, en mitad del recio calor del sol de mediodía, vinieron por allí los ángeles y le hizo el convite que arriba vimos (cf. Gen 18,1), y un día antes que Jesucristo hiciese la mayor prueba del amor que nos tiene, nos convidó a este bendito Pan, que es su cuerpo sagrado. Cuando más ardía el fuego de su amor para con nosotros en su bendito Corazón, instituyó este Santísimo Sacramento, que fue un día antes que padeciese»[8].
Pasión y eucaristía son fuego de amor que arde en “su bendito Corazón”. La pasión es el contexto del amor donde se produce la entrega. La eucaristía es la permanencia de este amor y el corazón de Cristo es la fuente de la que todo dimana porque como expresa el prefacio de la misa del Corazón de Jesús “hizo que de la herida de su costado brotaran con el agua y la sangre los sacramentos de la Iglesia”. Los santos padres han dado gran importancia a este hecho pues de aquí se parte para la reflexión sobre el nacimiento de la Iglesia y de los sacramentos[9].
Vivir del misterio pascual siempre supone participar de alguna forma de los sentimientos de Cristo. Y el mayor don nace de la contemplación del crucificado, del misterio eucarístico y es precisamente el perdón. El perdón no es un acto puramente humano, es una participación plena que nace del corazón de Cristo en nosotros. Así lo manifiesta el mismo santo a sus discípulos.
«Y deseo mucho, y lo pido a nuestro Señor, que haya misericordia de ellos, y les dé bendiciones en lugar de las maldiciones, y gloria por la deshonra que me dan, o por mejor decir, dar quieren; Porque en la verdad yo no pienso que otra honra hay en este mundo sino ser deshonrado por Cristo»[10].
Se vuelve a hacer presente la misma idea que recorre toda la carta trasversalmente. Quien conoce a Cristo crucificado, no puede buscar más honra que la que Él tuvo. Y no puede actuar de otra manera que con los mismos sentimientos de Él. San Juan de Ávila pone la mirada en Cristo e invita a sus discípulos a tomar la misma actitud. Pero no se trata sólo de un mirar al Señor para seguir su ejemplo, sino que en la contemplación de Cristo recibimos la gracia para ser transformados en Él. Porque precisamente contemplar es ser introducido en el misterio que es Jesucristo. Por la acción del Espíritu Santo se realiza en nosotros una transformación, una “conformación” con la persona de Cristo. Aquí está el carácter performativo de la contemplación[11].
Quien ha experimentado el amor de Cristo se siente movido al amor. Esta es la verdad que nos presenta el maestro Ávila. Y ya que Dios es amor, para “alcanzar” a Dios es necesario el amor, porque sólo amando podemos poseer al mismo Dios y así hacernos uno con él. Se trata del principio que el mismo san Ignacio de Loyola desarrolla en la contemplación para alcanzar amor:
«El amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o de lo que tiene o puede y así por el contrario el amado al amante; de manera que si uno tiene ciencia dé al que no la tiene, si tiene honores o riquezas, lo mismo; y así el otro recíprocamente»[12].
Por esta misma razón “aquello que mucho amas, te vuelves”[13]. Es el amor el que hace posible la relación con Dios y por tanto el que opera la identificación, la configuración con la persona amada. San Juan de Ávila, en este elenco de consejos que da a sus discípulos al final de esta carta, nos recuerda la necesidad imperiosa de la oración. Ciertamente el santo maestro trató siempre el tema de la oración, es más, vivió en oración y de la oración. Relaciona el silencio con la oración. Presenta como se debe callar para con los hombres, para poder hablar con el mismo Dios:
«Usad mucho el callar con la boca hablando con hombres, y hablad mucho en la oración en vuestro corazón con Dios, del cual nos ha de venir todo el bien; y quiere El que venga por la oración, especialmente pensando la pasión de Jesucristo nuestro Señor»[14].
La vida de oración, como toda la vida del cristiano debe ser un conformarse a Cristo, buscando la voluntad divina de modo personal, pero sin olvidar la revelación[15].
Es en su obra Audi filia[16] donde san Juan de Ávila presenta una doctrina acerca de la oración, pero qué duda cabe que en todos sus escrotos encontramos consejos, orientaciones, exhortaciones que animan e invitan a la oración. Es más, encontramos en medio del texto oraciones propias que el santo realiza pues se dirige a Dios con frecuencia y con una gran naturalidad en medio de predicaciones o en una carta como es en el caso de esta carta 58.
Dentro de los consejos prácticos que da acerca de la oración afirma el santo que se necesita ambiente, tomar conciencia de la presencia de Dios, pensar, sentir, examinarse… Pero resalta de forma particular la gratuidad del recogimiento:
«Y en ninguna manera presumáis en el acatamiento de Dios, de estribar en vuestras razones ni ahínco, más en humillaros a él con un afecto sencillo, como niño ignorante y discípulo humilde, que lleva una sosegada atención para aprender de su maestro, ayudándose él. Y sabed que este negocio más es de corazón que de cabeza, pues el amar es fin del pensar»[17].
Es por eso que el santo pide el “callar con la boca hablando con hombres” pues lo realmente importante es hablar “mucho en la oración en vuestro corazón con Dios”. El silencio es muy importante para facilitar el recogimiento y la oración. Se habla mucho, se comenta todo, se juzga continuamente… y el santo pide a sus discípulos silencio y oración. No quiere que denigren a quienes le condenan. No quiere defensas humanas o componendas para dar soluciones prácticas. San Juan de Ávila pide oración, porque él mismo vive de la oración. La “inutilidad” de la oración es lo más eficaz, es lo que realmente da fruto. Nuestras actividades o tareas pueden ser eficientes, pero nunca serán eficaces sin el poder oculto de la oración, de la presencia de Dios en el corazón del apóstol: “Cualquier que desea hacer alguna cosa santa, ha de llevar la oración por delantera, y hallará el camino del amor de Dios muy fácil y llano”[18]. Es esta una gran enseñanza del maestro a sus discípulos. Enseñanza proclamada con la palabra y sobre todo rubricada con la vida. El maestro Ávila sabe por experiencia propia que sin oración el hombre se engaña. Sin oración pierde el norte y no tiene luz para vivir de verás en el camino de la voluntad divina. En definitiva, para el santo todo nos viene de la oración:
«Si tuviésedes callos en las rodillas de rezar y orar, si importunásedes mucho a Nuestro Señor y esperásedes de El que os dijese la verdad, otro gallo os cantaría. ¿Quieres que te dé su luz y te enseñe? Ten oración, pide, que darte ha. Todos los engaños vienen de no orar. Tráete la carne halagos, convídate el mundo, date muerte diciendo que es vida, ¿no oras, no te encomiendas a Dios? No te espantes que todo te derribe y todo te engañe»[19].
Como apuntábamos anteriormente en esta carta encontramos a un san Juan de Ávila muy padre y maestro de sus discípulos y amigos. Él quiere orientarles bien en el camino del seguimiento radical de Cristo. Por eso exhorta al bien, al amor, al perdón. Pone frente a la misericordia de Dios a sus destinatarios y les muestra que el camino de la verdadera virtud parte de la humildad. Los anima a no creerse mejor que aquellos que lo están condenando porque cada uno de nosotros es capaz de cometer cualquier falta sino es por la misericordia del Señor. Así lo expresa en esta Carta 58:
« Mas no quiero que os tengáis por mejores que los que veis agora andar errados; porque no sabéis cuánto duraréis en el bien, ni ellos en el mal; mas obrad vuestra salud en temor (Flp 2,12) y en humildad; y de tal manera esperad vuestro bien en el cielo, que no juzguéis que vuestro prójimo no irá allá; y así conoced las mercedes que Dios os ha hecho, como no despertéis las faltas de vuestros prójimos; porque ya sabéis lo que acaeció entre el fariseo y el publicano, en lo cual debemos escarmentar (Lc 18,10-14)»[20].
San Juan de Ávila es un verdadero maestro; descubrimos en él una teología arrodillada, orante, sapiencial. No encontramos en el santo doctor una mera erudición, sino una verdadera sabiduría del espíritu[21]. Precisamente un claro ejemplo de esta verdad aparece reflejada en la cita anteriormente expuesta de la Carta 58. Detrás de estas palabras está una obra muy querida por el santo y que el mismo tradujo: Imitación de Cristo de Tomás de Kempis. Imitación de Cristo dice así:
«Gran sabiduría y perfección es sentir siempre bien y grandes cosas de otros, y tenerse y reputarse en nada. Si vieres a alguno pecar públicamente, o cometer cosas graves, no te debes estimar por mejor: porque no sabes cuánto podrás tú perseverar en el bien. Todos somos flacos: más tú no tengas a alguno por más flaco que a ti»[22].
No se trata de una copia o una cita textual como lo entendemos hoy cuando acudimos a un texto. Es más bien una sabiduría asimilada, vivida, transmitida. Está tan dentro de él que nace de forma espontánea, la ha hecho vida. Veamos la semejanza: “no te debes estimar por mejor”- “no quiero que os tengáis por mejores”; “no sabes cuánto podrás tú perseverar en el bien” – “no sabéis cuánto duraréis en el bien”. Descubrimos así una tradición incorporada, que alimenta el crecimiento espiritual, rumiada, profundizada y recreada en la propia experiencia vital, hasta el punto de expresarse con admirable serenidad y madurez en los momentos difíciles[23].
Así transmite a sus discípulos esta sabiduría nacida del estudio, la reflexión y sobre todo de la oración. La única preocupación del santo no es otra que la santidad, la unión con Cristo. San Juan de Ávila, confirma a los discípulos en la doctrina que estos han recibido. Pero curiosamente no hace referencia a que se deba a él o a su predicación. Ni siquiera hace una defensa de sus criterios. El santo maestro afirma que a quien siguen es a Jesucristo, y es El quien debe estar en el corazón:
«… más asentado en vuestro corazón que este a quien habéis seguido es el Señor de cielo y tierra y de muerte y de vida, y que en fin (aunque todo el mundo no quiera) ha de prevalecer su verdad, la cual trabajad por seguir; que siguiéndola, no sólo a hombres, más ni a demonios, ni aún a Ángeles, si contra nosotros fuesen, no los temáis»[24].
De nuevo se nos hace presente la espiritualidad paulina del apóstol de Andalucía. Esta afirmación nos recuerda a la hecha por san Pablo en su carta a los Gálatas:
«Pues bien, aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os predicara un evangelio distinto del que os hemos predicado, ¡sea anatema! Lo he dicho y os lo repito: si alguien os anuncia un evangelio diferente del que recibisteis, ¡sea anatema! Cuando os digo esto, ¿busco la aprobación de los hombres o la de Dios?, ¿o trato de agradar a los hombres? Si siguiera todavía agradando a los hombres, no sería siervo de Cristo»[25].
El santo maestro pone a sus discípulos ante el Señor. Y les recuerda y alienta a que sigan al Señor. Delicadamente les muestra que no le deben seguir a él, sino a Jesucristo y su evangelio. La verdad del evangelio debe prevalecer por encima de otros criterios o razones en sus corazones y en su modo de actuar. Les entusiasma con la “secuela Christi” para que no se dejen llevar por intereses humanos y vanos. Y es que el auténtico predicador para san Juan de Ávila es precisamente el que busca contentar a Dios; Y esta es la señal de que el evangelio que se anuncia es el de Cristo. No tanto por milagros u obras extravagantes que se puedan realizar, sino por la humildad del predicador que sólo busca la honra y gloria de Dios. El santo maestro en Lecciones sobre la epístola a los gálatas dirá acerca de estos versículos citados:
«El verdadero predicador, de tal manera tiene de tratar su palabra de Dios y sus negocios, que principalmente pretenda la gloria de Dios. Porque si anda a contentar los hombres, no acabará; sino que a cada paso trocará el Evangelio y le dará contrarios sentidos, o enseñará doctrina contraria a la voluntad de Dios: hará que diga Dios lo que no quiso decir, etc.»[26].
Finalmente, concluye la carta afirmando que “no hay santidad segura sino en el temor santo de Dios”[27]. Entiende aquí el temor como reverencia de amor, donde el alma deja que sea Dios quien la juzgue, porque depende exclusivamente de Dios, y así se puede perseverar en el bien, porque así se espera en Dios, como precisamente el mismo santo está viviendo en esta etapa de su vida. Él confía en el juicio de Dios, no en el de los hombres, confía en la acción de Dios, y no en la de las componendas humanas.
Cabe notar a modo de conclusión que no sólo san Juan de Ávila manifiesta una espiritualidad del misterio pascual, emanada de una doble corriente: martirial y paulina, sino que además pone en funcionamiento las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.
- Fe al dirigirnos continuamente la mirada a Jesucristo, y este crucificado y resucitado.
- Caridad, al manifestar ese deseo de imitarlo, es más, de configurarse plenamente con El, queriendo vestir la librea de este gran rey.
- Esperanza por saber que todo viene de Él, y que su vida y su muerte solo están en el Corazón de Dios.
Es esta carta, breve, pero muy densa, un pequeño tratadito de vida espiritual que puede ayudarnos a todos a crecer en la intimidad con Cristo y a recibir consuelo de Él en la adversidad; para entender cómo el santo maestro entiende que:
«…ni otra vida en este mundo escoja, sino trabajar en la cruz del Señor. Aunque no sé si digo bien en llamar trabajos a los de la cruz, porque a mi parecen que son descansos en cama Florida y llena de rosas»[28].
[1] Carta 58, O.C. IV, 270.
[2] Cf. Carta 7, O.C. IV, 234.
[3] Carta 4, O.C. IV, 29.
[4] Cf. Plática 4, O.C. I, 409.
[5] Cf. José Luis Moreno Martínez “Figuras bíblicas de la cruz en san Juan de Ávila” en El maestro Ávila, actas del congreso internacional (Madrid: Edice 2002), 649-671.
[6] W. Kasper, Jesús el Cristo, Sal terrae, Santander 2013, 228.
[7]Martínez-Gayol, Los excesos del amor, 206.
[8] Sermón 49, n 9, OC III, 639.
[9] Juan Manuel Sierra, Manuel Garrido, Pablo Cervera, Los prefacios y las secuencias (Barcelona: Centro de pastoral litúrgica 2018), 162.
[10] Carta 58, O.C. IV, 270.
[11] Cf. Gabino Uribarri Bilbao, “Los misterios de la vida de Cristo como epifanía de la voluntad de Dios” en Dogmática Ignaciana (Madrid-Bilbao: Mensajero- Sal terrae 2018)
[12] EE, 231.
[13] Sermón 46, n 7, OC III, 605.
[14] Carta 58, O.C. IV, 271.
[15] Cf. Rogelio García Mateo, “San Juan de Ávila, maestro de oración” en Anuario de historia de la Iglesia 21 (2012) 77-101. Presenta en los escritos avilistas el modo de comprender la meditación y la contemplación del santo maestro, al mismo tiempo que enmarca su doctrina acerca de la oración dentro de la clásica triple vía del camino espiritual (purgativa, iluminativa y unitiva).
[16] Aparece su doctrina acerca de la oración fundamentalmente en los capítulos que van del 70 al 75.
[17] Audi filia, O.C. I, 696.
[18] Sobre la oración, O.C. II, 866.
[19] Sermón 13, O.C. III, 192.
[20] Carta 58, O.C. IV, 271.
[21] María Jesús Fernández Cordero, “Jesucristo, fuente de nuestro sacerdocio. Claves para la comprensión del pensamiento Juan de Ávila sobre el ministerio sacerdotal”, Studia Cordubensia 11 (2018): 7.
[22] Traducción de la “Imitación de Cristo”, l.I, c.2, OC II, 890.
[23] Fernández Cordero, “Jesucristo, fuente de nuestro sacerdocio, 7.
[24] Carta 58, O.C. IV, 271.
[25] Gálatas, 1, 8-10.
[26] Lecciones sobre la epístola a los gálatas n 8, O.C. II, 33.
[27] Carta 58, O.C. IV, 271.
[28] Ibid.