Doctorado
Fue amigo de todos y padre en Cristo de muchos hombres de toda condición, nobles y humildes, sacerdotes y seglares; y maestro, a la vez, de santos, tales como san Juan de Dios, san Francisco de Borja, san Pedro de Alcántara, san Ignacio de Loyola, san Juan de Ribera, santo Tomás de Villanueva, santa Teresa de Jesús.
El Audi, Filia fue publicado después de su muerte. El rey Felipe II lo apreció tanto que pidió no faltara nunca en El Escorial. Prácticamente es el primer libro en lengua vulgar que expone el camino de perfección para todo fiel, aun el más humilde.
El sentido de perfección cristiana es el sentido eclesial de desposorio de la Iglesia con Cristo. Éste y otros libros de Juan influyeron posteriormente en autores de espiritualidad.
Las cartas de Juan de Ávila llegaban a todos los rincones de España e incluso a Roma. De todas partes se le pedía consejo. Obispos, santos, personas de gobierno, sacerdotes, personas humildes, enfermos, religiosos y religiosas, eran los destinatarios más frecuentes. Las escribía de un tirón, sin tener tiempo para corregirlas. Llenas de doctrina sólida, pensadas intensamente, con un estilo vibrante.
A Juan de Ávila se le llama “reformador”, si bien sus escritos de reforma se ciñen a los Memoriales para el Concilio de Trento, escritos para el arzobispo de Granada, D. Pedro Guerrero, ya que Juan de Ávila no pudo acompañarle a Trento debido a su enfermedad, y a las Advertencias al Concilio de Toledo, escritas para el obispo de Córdoba, D. Cristóbal de Rojas, que habrían de presidir el Concilio de Toledo (1565), para aplicar los decretos tridentinos.
El reconocimiento de su doctrina espiritual y, sobre todo, sacerdotal ha sido unánime a través de los tiempos. Sus contemporáneos le llamaban “maestro”.
En 1946 el Papa Pío XII lo declaró patrono del clero secular español y lo propuso como modelo de perfección sacerdotal.
Juan de Ávila, siguiendo el ejemplo de Pablo de Tarso, al que tuvo siempre como modelo, fue un verdadero apóstol. En el Concilio de Trento, al que mandó sus Tratados de Reforma, puso todo su empeño en la renovación de las costumbres clericales, estableciendo colegios, parecidos en alguna manera a los Seminarios, y haciendo que los sacerdotes, como soldados formados para todo, saliesen bien preparados en toda ciencia y virtud.
Además de un sabio maestro, fue un consejero experimentado. Sin duda alguna, toda su vida de sacerdote y apóstol la dedicó a conseguir la reforma que la Iglesia necesitaba en momentos de profunda crisis. Es una de las figuras más centrales y representativas del siglo XVI. Destacó por la calidad de su doctrina teológica y la sabiduría de sus consejos como guía espiritual en una época de grandes confusiones.
Lo mismo exponía desde el púlpito las Sagradas Escrituras, que enseñaba los rudimentos de la doctrina cristiana en lenguaje sencillo a los niños y aldeanos. Las innumerables cartas que escribió nos han dejado un elocuente testimonio de su santidad y de su sabiduría.
A pedir consejo acudían a él en su retiro de Montilla o le escribían jóvenes buscando orientación y discernimiento vocacional, casados que pedían consejo, políticos y hombres de gobierno, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas que buscaban una palabra de aliento o de luz. Santa Teresa de Jesús, “Doctora de la Iglesia”, le hace llegar su Libro de la Vida, explicando: “yo deseo harto se dé orden en cómo lo vea, pues con ese intento lo comencé a escribir; porque como a él le parezca voy por buen camino, quedaré muy consolada, ya que no me queda más para hacer lo que es en mí”. Y con el consejo recibido quedó plenamente satisfecha.
En Juan de Ávila se nota una cuidada formación tanto en los aspectos humanos e intelectuales como en los espirituales y pastorales. Era gran conocedor de la Sagrada Escritura, que continuamente citaba de memoria, de los Padres de la Iglesia, de los teólogos y de los autores de su tiempo.
Estudia y difunde la doctrina de Trento para salir al paso de las opiniones de los reformadores, de las que estaba al tanto. Pero la fuente principal de su ciencia era la oración y la contemplación del misterio de Cristo. Su libro más leído y mejor asimilado era la cruz del Señor, vivida como la gran señal de amor de Dios al hombre. Y la Eucaristía era el horno donde encendía su ardiente corazón de apóstol.
El magisterio de Juan de Ávila no terminó con su vida. Sus abundantes escritos han influido notablemente en la historia de la espiritualidad y de la renovación eclesial.
En la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC) sus obras conocidas ocupan varios volúmenes. Se enumeran no menos de catorce ediciones y tres en otras lenguas en distintas épocas. Tuvo gran influencia en el Concilio de Trento. El Maestro Ávila pertenece a ese grupo de verdaderos re formadores que alentaron e iluminaron la renovación de la Iglesia en aquellos tiempos recios del siglo XVI.
Sus escritos fueron fuente de inspiración para la espiritualidad sacerdotal. Ya en nuestro tiempo, Juan de Ávila ha sido una referencia para el clero diocesano, no sólo en España, sino también en otros países, particularmente en América. ”Maestro de evangelizadores” —apóstol de Andalucía le llamaban, por la evangelización que en ella realizara—, Juan de Ávila puede servir de modelo para llevar a cabo la nueva evangelización que hoy necesita el mundo.
Es también modelo de catequista. Sabe transmitir con seguridad el núcleo del mensaje cristiano y formar en los misterios centrales de la fe y en su implicación en la vida cristiana, provoca la adhesión a Jesucristo y llama a la conversión. Y pionero en el ámbito de la educación y de la cultura.
Fundó una universidad, dos colegios mayores, once escuelas y tres convictorios para formación permanente e integral de los sacerdotes. Sacerdotes, a los que había que formar desde la niñez.