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AMBIENTE SOCIOCULTURAL E HISTÓRICO

LA ENCRUCIJADA CULTURAL Y RELIGIOSA DEL SIGLO XVI

Una figura como la de san Juan de Ávila necesita ser encuadrada en las coordenadas socioculturales e históricas de su época para poder apreciar mejor sus valores, su radio de acción, y su influencia posterior.

La figura y la doctrina del Maestro Ávila son impensables sin hacer referencia a las corrientes culturales de las universidades de Salamanca y Alcalá. En la primera estudió Leyes (1513-1517); en la segunda, Artes (filosofía) y Teología (1520-1526). Tienen como trasfondo un humanismo renacentista de múltiples facetas: biblismo, reformismo, iluminismo, personalismo, quietismo, erasmismo…

El renacimiento del siglo XVI, especialmente en España, se encuadra en realidades sociológicas que condicionaron los modos de pensar: el encuentro con el Nuevo Mundo (1492), la posibilidad de navegación en torno a todo el orbe (desde 1522), las guerras de religión…

La unión de las Coronas de Aragón, Castilla, Navarra (y en algunos momentos, también Portugal), favoreció la apertura a toda corriente innovadora, especialmente desde que Fernando el Católico, en 1516, declaró a su nieto Carlos V heredero de sus reinos. Los aires de reconquista, recién terminada, ayudaron en parte a esa apertura. Los grandes santos de la época relacionados con el Santo Doctor enraizaron también en este humus de ansias de reforma auténtica, para poder responder a los desafíos del pensamiento filosófico y teológico , así como a las necesidades urgentes de evangelización.

A finales del siglo XVI había en España unas treinta universidades. El Maestro Ávila colaboró en la creación de seminarios, colegios y centros universitarios. Arte, filosofía y teología intentan llegar a una armonía, buscando luces en las fuentes del saber y de la fe. Hubo figuras que se lanzaron por campos discutibles e incluso erróneos: Hus, Savonarola, Erasmo, Lutero, Zwinglio… Pero también hubo grandes pensadores (biblistas y teólogos), especialmente en el área hispánica: Francisco Jiménez de Cisneros, Domingo de Soto, Melchor Cano, Francisco de Vitoria, Luis de León, Francisco Báñez…

En medio de estas corrientes, hay que constatar que la vida clerical dejaba mucho que desear. Se entraba frecuentemente en este estado sin preparación y con ansias de ventajas temporales. Prácticamente no existían los seminarios. La predicación era pobre y casi siempre escasa de contenidos evangélicos. El Maestro propone soluciones constructivas: seminarios y colegios para la formación inicial (espiritual, intelectual y pastoral) y convictorios para la formación continuada (o permanente, como hoy la conocemos).

El Concilio de Trento tuvo que responder a esas urgencias doctrinales y estructurales. Se convocó en 1545. A la segunda etapa (1550-1552) asistió don Pedro Guerrero, arzobispo de Granada, que traía los papeles (Memoriales) del Maestro Ávila. Éste ofreció su experiencia y su opinión. Esta aportación fue positiva, caracterizada por su denso contenido bíblico, teológico, espiritual, pastoral y estructural.

En el discurso durante la audiencia después de la canonización, Pablo VI resumía el ambiente y la figura del santo en su época:

la figura de san Juan de Ávila surge ahora casi podríamos decir con una finalidad profética, para marcar una pauta. Él supo captar los problemas de vuestra Patria, que en aquel entonces abría su seno al Nuevo Mundo recientemente descubierto; supo asimilar con espíritu de Iglesia las nuevas corrientes humanistas; supo reaccionar con visión certera ante los problemas del sacerdote, sintiendo la necesidad de purificarse, de reformarse para reemprender con nuevas energías el camino.